Durante el siglo XX el continente latinoamericano fue gobernado por déspotas, dictadores y militares. Además de perpetuar a las oligarquías de terratenientes en el poder, los golpes sirvieron —y siguen sirviendo— al gran “hermano” del Norte.
En 1970,
el socialismo chileno dio esperanzas para que la rueda del destino de
Latinoamérica pudiera cambiar. Pablo Neruda fue uno de los íconos de ese
momento.
Desafortunadamente, el tiburón de la mala suerte siguió acechando,
provocando... En junio de 1973 cae Uruguay, dejando a todo el país prisionero de
una larga noche de 12 años. En septiembre del mismo año, el golpe chileno clausuró la poesía y el
amor, y asesinó, cobardemente, al cantautor popular Víctor Jara en el Estadio de
Chile. Los que allá estaban, y en tantos otros sitios, fueron transferidos al Estadio
Nacional, que se transformó en un centro de torturas y muertes. En noviembre,
un partido de las eliminatorias para el mundial del 1974, contra la Unión
Soviética, no ocurrió. Los comunistas se negaron a jugar en el local que seguía
siendo una cárcel, donde la violación de los derechos humanos era extrema. El
equipo chileno, con la atención de los medios de información locales, entró a
la cancha y pateó el balón, por menos de un minuto, hasta hacerle un gol al
inexistente equipo contrario.
El nuevo modelo de dominación neoliberal fue
marcado por acciones coordinadas desde el Norte, unificando el sistema de
represión y tortura necesario para su implementación. La Operación Cóndor reunió
las ya consolidadas dictaduras del cono Sur. En marzo de 1976 Argentina se sumó
al club. En algunas ocasiones, las demás dictaduras de Sudamérica solían
colaborar con los socios honorables. El buitre, teniendo
al Sur, México, Centroamérica y el Caribe bajo sus alas, parecía confirmar que
el sueño de James Monroe estaba a punto de cumplirse.
En
Panamá, el Departamento de Defensa del gran hermano organizó un centro de
formación especializada en represión y tortura. Bajo la influencia de la
Escuela de las Américas, militares de alto rango hacían talleres prácticos en
sus países, con prisioneros, para, didácticamente, enseñarle a su personal
operativo cómo torturar. Los brutales interrogatorios solían ser acompañados de
bestiales técnicas, como el “pau de arara” brasileño (pihuelo, en Chile), el
ahogamiento en tanques de agua —llamado en Uruguay de “submarino” y en Brasil de “tubaína”, en alusión a
una famosa marca de refrigerio de la época—, los choques eléctricos, y hasta el
uso de insectos y animales. En Brasil un coronel se hizo famoso por su
violencia, que llegaba al punto de usar serpientes con las prisioneras.
A algunas prisioneras se les permitió dar a luz en
la cárcel para luego matarlas y promocionar, con papeles falsificados, la
adopción de las criaturas (secuestradas, en realidad) por familias de militares
y jueces. En Argentina fueron reconocidos más de 130 casos, de un total
estimado de 500 personas que tuvieron la identidad de sus padres biológicos
suprimida. En la incesante búsqueda por noticias sobre el paradero de sus
hijos, madres empezaron a marchar en la Plaza de Mayo con fotos de
sus desaparecidos, en un movimiento creciente, que se hizo famoso mundialmente
e incomodó mucho a la dictadura.